Mientras Perú vive otro capítulo lamentable de una profunda crisis política, en Bolivia protagonizamos un nuevo episodio de misoginia enraizada en nuestros cimientos sociales. El pasado viernes, el periódico de circulación nacional, La Razón, publicó una caricatura representando a la actual presidenta peruana, Dina Boluarte, como un juguete sexual para la masturbación masculina.
La presidenta, según la caricatura y el caricaturista, es una muñeca inflable que está siendo soplada por un hombre que representa la élite económica del país vecino. La muñeca de Boluarte, como todo objeto sexual, carece de cerebro y se limita a cumplir un objetivo de satisfacción física.
Para el autor, Alejandro Salazar, Dina Boluarte está reducida a esto, no tiene capacidad de raciocinio ni de conmoción. Está donde está simplemente para satisfacer sexualmente a otro y carece de capacidad intelectual. Este reduccionismo ilustra la misoginia cotidiana con la que se ve a las mujeres que se mueven en el escenario de la política. No es casual que cada que aparezca una mujer en escena pública se cuestione su vida íntima y se escarbe quién o quiénes fueron sus parejas. Incluso se llega a afirmar que seguramente su cargo fue logrado por ser la amante de algún hombre de poder. Discusiones que jamás aparecen cuando se trata de un hombre.
Esta caricatura, por tanto, más que caricaturizar a la mandataria peruana, caricaturiza al autor y a una sociedad de mirada y voz machista. Una sociedad que violenta a las mujeres en el espacio público independientemente de si son de izquierda o de derecha. Estas formas de violencia no son hechos aislados sino síntomas de una enfermedad crónica de la política tanto boliviana como de toda la región. Lo vimos también, cuando esta semana en la Asamblea Legislativa, el diputado Juan José Huanca agredió verbalmente a su par, la diputada Samatha Nogales en pleno “año de la despatriarcalización”.
El fondo de este tipo de agresiones es reprocharle a la mujer el hecho de ocupar un escenario que históricamente estaba reservado a los hombres. El acoso es tal que llega a materializarse en la renuncia de las afectadas. La gestión 2021 cerró con al menos 100 denuncias de acoso político en Bolivia y en el primer trimestre de este año, tres concejalas de La Paz dejaron sus cargos.1
Afortunadamente la caricatura causó reacciones críticas por parte de los lectores que condenaron la publicación y cuestionaron el medio. Probablemente el hecho de que el dibujo haga referencia a una mujer que está fuera de la esfera política nacional esquivó la polarización política entre bolivianos, permitiendo evidenciar la violencia y la misoginia del dibujo. El rechazo fue casi unánime y contundente.
Esperamos que sea una lección para los medios de comunicación de toda la región que en la mayoría de las ocasiones se convierten en amplificadores del discurso machista y patriarcal. La responsabilidad en el calado del mensaje no es menor por tanto se hace evidente que se necesitan afilar y afinar los filtros por los que pasa un contenido antes de llegar a la audiencia. La libertad de prensa jamás puede significar dar rienda suelta para encubrir y promover la violencia machista ni de cualquier tipo.
¿Existe divorcio entre la caricatura y la línea editorial del medio que la publica? Quisiéramos creer que en este caso se trata de dos posturas antagónicas porque de lo contrario estaríamos ante un medio indiscutiblemente misógino.