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Comerciantes y universitarias: las mujeres que cargan con el trabajo de cuidado de sus familias

Cada día, miles de mujeres en mercados y universidades ven precarizado su bienestar, desempeño laboral y académico al repartir su tiempo entre el trabajo remunerado y de cuidado de otros ante la ausencia y falta de corresponsabilidad de los progenitores, perpetuando así las desigualdades de género. Aunque el trabajo de cuidado aporta el 16% al PIB de Bolivia, sigue siendo invisibilizado por una sociedad y un Estado que no asume plenamente la responsabilidad de ofrecer servicios públicos de cuidado, como centros infantiles cercanos a los establecimientos de abasto y de estudio.
2 de diciembre de 2024 por
Red de Periodismo Feminista de Bolivia
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Una vendedora de verduras en el mercado de Villa Fátima acomoda la carreola de su niño en su puesto. Foto: Karem Mendoza

Por Karem Mendoza G.

Sus cabellos lacios enmarcan su rostro delgado, y algunos mechones caen sobre su frente, ocultando por momentos su ceño que se frunce al recordar vivencias amargas. Aunque su cuerpo es delgado, una voz ronca y fuerte completa la personalidad de una mujer que ha librado varias luchas. A sus 26 años, Joselyn Luna arrulla a su sexta hija, de apenas dos meses. Salió bachiller de una escuela nocturna mientras cuidaba sola a su primogénito, porque el padre del menor decidió abandonarles. Quería ser policía y ahora es ambulante en la plaza 24 de Septiembre de la ciudad de Santa Cruz de la Sierra.

Como ella, otras comerciantes entre ambulantes y con puestos fijos en las calles cruceñas venden juguetes, burbujas, espadas con luces, voladores y caramelos mientras sus hijos juegan o caminan tras suyo. Eso sí, siempre alertas a la presencia de la guardia municipal, que les impide asentarse en los lugares no permitidos y que ante el incumplimiento podría decomisar la mercadería. Sumado a eso, se someten a la lupa de las críticas por trabajar y criar en las calles al mismo tiempo.

“La gente nos mira y me critican por trabajar con mis niños, pero no me queda de otra. No tengo quien los cuide y tengo que trabajar para la comida y para pagar el alquiler. El dinero no me alcanza para pagar una guardería”, dice Joselyn, quien ya ha enfrentado insultos y amenazas de la gente para quitarle a sus niños de nueve, siete, seis, cuatro y un año por criarlos en la calle mientras ella vende.

A los 16 años, Joselyn vivió el abandono del padre de su primer hijo, y más tarde del progenitor de sus otros cinco niños. Esta situación la obligó a asumir sola la crianza y protección de los menores, sometiéndose a la doble jornada laboral y descuidando su propia integridad física y mental.

“Los padres muchas veces ni siquiera tienen conciencia de asumir responsabilidades sobre sus hijos e hijas, no sólo cuando están separados de sus parejas, incluso en la convivencia. Ellos identifican que el rol de las mujeres es el de la crianza y no de ellos, como manda el sistema patriarcal. Cuando hay situaciones de separación se desentienden aún más”, explica la trabajadora social de Mujeres en Busca de Justicia, Paola Gutiérrez, quien atiende a diario demandas por asistencia familiar y ve frecuentemente casos de irresponsabilidad paterna no solo en el aspecto económico sino de cuidado.

En Bolivia, 4,5 millones de personas requieren cuidado, incluyendo niños, niñas, adolescentes, adultos mayores, personas enfermas y con discapacidad, según el informe Tiempo para cuidar: Compartir el cuidado para la sostenibilidad de la vida de Oxfam. De ellas, cerca de tres millones viven en hogares pobres y vulnerables.

El texto detalla que el cuidado, la crianza y las labores domésticas, que principalmente recae en las mujeres, son trabajos no remunerados y poco reconocidos como tal por la sociedad boliviana.

En esa línea, la investigadora costarricense-uruguaya Juliana Martínez Franzoni afirma en el libro titulado Feminismos, cuidados e institucionalidad que, en la cadena productiva —de un hogar o del país—, los “eslabones de cuidados” son generalmente invisibles, considerados como asuntos familiares o de la vida privada aunque tengan un impacto social y económico.

Las comerciantes, entre atender sus puestos y cuidar a sus hijos


Una frutera atiende su puesto en compañía de su niña. Foto: Karem Mendoza

En Bolivia, el 80% de las personas trabaja en la informalidad. El 87% de esta población son mujeres y, de este porcentaje, cuatro de cada 10 desempeñan sus actividades por cuenta propia, según reporte de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) en 2022.

Muchas de las mujeres optan por el comercio debido a tres factores: la falta empleo en el sector formal, rubros ocupados especialmente por varones y la crisis económica actual, explica el  investigador adjunto del Centro de Estudios para el Desarrollo Laboral y Agrario (CEDLA), Bruno Rojas. Estas condiciones reflejan el deterioro de la calidad del empleo, lo que perpetúa la precariedad laboral que afecta a mujeres de todos los niveles educativos, desde bachilleres hasta profesionales, quienes se ven obligadas a aceptar trabajos con bajos salarios y sin garantías laborales.

En el día a día de las comerciantes, las tareas de cuidado no reconocidas se suman a su trabajo remunerado — ya sea un negocio familiar, emprendimientos, trabajo por contrato y el subempleo—, generando una doble jornada laboral. Esto desgasta su bienestar físico y mental, limita sus aspiraciones personales y amplía la brecha de las desigualdades entre hombre y mujeres.

“Mi sueño era terminar el colegio y estudiar para ser policía, pero por falta de apoyo económico y familiar no lo logré. Solo pude acabar el colegio en el CEMA (escuela nocturna) e iba con mi bebé en las noches. Tuve que dejar mis sueños y luego tuve otro bebé y mi deseo de querer ser alguien en la vida se quedó atrás”, dice Joselyn mientras su rostro expresa esperanza.

A la joven madre no sólo le atraviesa la doble jornada laboral, la precariedad y el abandono paterno de sus hijos, también enfrentó desde sus 16 años las barreras para acceder a la salud sexual y reproductiva. 

Para Ana María Kudelka, experta en derechos sexuales, la precariedad económica restringe el acceso a la información, lo que a su vez dificulta el acceso a servicios de salud sexual y reproductiva.

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Según un estudio realizado por el Centro de Promoción de la Mujer Gregoria Apaza (CPMGA), el conflicto entre la vida laboral y familiar que viven todas las mujeres, pero principalmente las mujeres de los estratos sociales menos favorecidos, restringe el derecho al trabajo, a la educación y a la participación, en igualdad de condiciones. Asimismo, “condena” a sus descendientes a arreglos precarios de cuidado y protección ante la ausencia o falta de corresponsabilidad del padre en el hogar. 

Carla Gutiérrez, directora del CPMGA, agrega que ante el abandono paterno y del Estado, las cuentapropistas en El Alto aplican entre tres a cinco modalidades de cuidado de acuerdo a la circunstancia: trabajan con sus niños, dejan al cuidado con algún pariente o los menores se cuidan entre ellos. 

Explica que aún persisten sesgos en torno al trabajo de cuidado, que se considera una "ayuda" cuando lo desempeñan los hombres, en lugar de una responsabilidad compartida. Este enfoque perpetúa la feminización del cuidado, donde el trabajo de las mujeres, tanto productivo como de cuidado, es subvalorado o invisible. Como resultado, las cuidadoras enfrentan una sobrecarga física y emocional, marcada por la idea errónea de que estas tareas son exclusivamente su obligación.

Una vendedora de comida carga  a su niño mientras alista los alimentos para ofrecer almuerzos en el Mercado Lanza. Foto: Karem Mendoza

La psicóloga y socióloga de la oenegé Ciudadanía, Valeria Campos, considera que esta doble carga laboral que viven las comerciantes está naturalizada. Asegura que para la madre trabajar y cuidar al mismo tiempo implica un exceso de estrés, una doble tensión y sobrecarga de trabajo “que tendría que ser sostenida con centros de cuidado infantil públicos en los mercados”.

Los escenarios descritos de comerciantes tanto en Santa Cruz como El Alto, no son ajenos a la vivencia de Marisol Torrez y Loyda Escalera, vendedoras de comida en el mercado 27 de Mayo de Cochabamba. Marisol trabaja junto a sus hijas de dos, seis y 12 años de edad en el puesto donde fue contratada su madre. Mientras que Loyda tiene una hija de cinco años, cuya edad coincide con el tiempo que lleva atendiendo su negocio. Ambas cumplen una doble función mientras los progenitores se dedican al trabajo asalariado.

“Cada puesto tiene de dos a tres trabajadoras que vienen con sus hijitos, los cuales se quedan en la calle, en el pasaje o en la acera. Sería útil una guardería con mayor capacidad. Los niños hacen las tareas aquí luego de salir del colegio o en la noche, porque trabajamos hasta las siete y ellos se organizan porque conocen la rutina”, cuenta Elba Herrera, quien es presidenta del Mercado 27 de Mayo desde el 2016.

La demanda de ampliar la capacidad del centro infantil también se hace sentir en el Mercado Lanza de La Paz. Josefa Sirpa, secretaria general del sector Lucio Pérez Velasco, denunció supuestos privilegios en el acceso y pidió que los gremiales tengan prioridad. Por su parte, Orlando Murillo, director de Atención Social Integral de la Alcaldía, negó cualquier tipo de discriminación e invitó a los comerciantes al diálogo. Mientras tanto, el mercado sigue abarrotado de carreolas, andadores y niños y niñas jugando en las esquinas.

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Universitarias: Jornadas interminables y deserción por cuidar

Centro Infantil Jisk’a Wawa de la UPEA. Foto: Anahí Cazas.

Además de las gremiales, las mamás jóvenes que estudian en las universidades son afectadas por el trabajo de cuidado no remunerado. Algunas logran acabar sus estudios enfrentando dobles y hasta triples jornadas de trabajo (criar, estudiar y trabajar), mientras que otras abandonan sus carreras para cuidar a sus hijos e hijas ante la ausencia del padre y la falta de corresponsabilidad del cuidado del Estado.

Así ocurrió con Julia (nombre cambiado), quien dejó sus estudios por temor a “molestar” a los docentes y a sus compañeros con el cuidado de su bebé en clases. En ese tiempo ella cursaba el tercer año de Psicología en la Universidad Pública de El Alto (UPEA), pero luego de dar a luz abandonó la carrera, para dedicarse a tiempo completo a la crianza de su hijo.

“Cuando he tenido a mi bebé, ya no he podido seguir estudiando, tenía miedo ir a clases”, contó la joven madre, quien temía incomodar la concentración de la clase con el llanto de su bebé.

Después de dos años y medio, la edad de su hijo, Julia pudo regresar a la universidad gracias a la habilitación del centro infantil Jisk’a Wawa de la UPEA, que empezó a funcionar desde marzo de este año.

La encuesta de percepciones sobre cuidado y uso de tiempo, realizada en Bolivia por Oxfam y Ciudadanía en 2018, revela que el 30% de las mujeres dejaron de estudiar por dedicarse al trabajo doméstico y de cuidado, cuatro veces más que los hombres. Mientras que, en el caso de los hombres, el inicio del trabajo es una causa casi tres veces más frecuente para dejar los estudios.

Una universitaria extiende su aguayo para envolver a su bebé, ocurre en los pasillos de la UPEA. Foto: Anahí Cazas

Elizabeth, otra universitaria de la UPEA, no abandonó su carrera de Derecho e intenta equilibrar su tiempo entre el estudio, el cuidado y la venta de comida. Ella siente que todas estas actividades afectan a su salud física y mental.

“Es difícil cuidar y estudiar porque en las noches no puedo dormir bien porque mi hijo llora. En las mañanas tengo que despertarme temprano para alistarme y alistar a mi bebé. Cuando estamos en clases llora y salgo del aula sin atender e incluso después tengo que estar repasando de nuevo, pero igual sigo. Quiero superarme”, dice con entusiasmo la madre de un niño de un año y tres meses.

La pareja de Elizabeth también es estudiante, sin embargo, él no se ocupa del cuidado del infante ni de las tareas domésticas; incluso la atención de un negocio propio de comida rápida recae en ella. 

“Él también estudia y no puedo molestarle, mi hijito también está acostumbrado a mí. (...) A veces le digo a mi pareja que lleve al bebé a sus clases para que sepa cómo es estudiar mientras se cuida, no le lleva y tampoco puedo obligarle”, cuenta Elizabeth.

A 468 kilómetros, de la UPEA a la Universidad Mayor de San Simón (UMSS) en la ciudad de Cochabamba, Isabel Fernández de 30 años, estudiante de la carrera de Comunicación Social, se autodenomina como “multifuncional” debido a que trabaja, estudia y cría.

Cuando habla expresa la ansiedad que esta situación le causa y lo organizada que debe ser para evitar que todo “el día se eche a perder por un error de cálculos” en la rutina diaria. 

“Mi día empieza a las cuatro de la mañana. Trato de mentalizarme que tampoco soy súper humano. ‘Eres mamá, pero también eres mujer, también tienes una vida académica y una vida laboral’, me digo. Es muy cansador, es muy agotador porque para mí ocho horas de sueño es completamente un lujo, es casi imposible”, relata la madre de Rafa, menor que  además necesita otros cuidados porque es un niño muy activo.

La psicóloga Valeria Campos explica que algunas organizaciones califican esta sobrecarga psicológica como el “síndrome del estrés de la persona cuidadora”, porque hay un desgaste extra que genera un estrés excesivo, depresión, ansiedad, hipervigilancia y una deficiencia en el sistema inmunológico por la somatización de las emociones.

“Muchas veces estas personas no tienen con quién compartir o conversar de esto. Su vida se enfoca en este cuidado y no tienen espacios de relajación vinculados al autocuidado”, enfatiza la especialista. 

Para Isabel, su mayor apoyo fue su madre hasta que Rafa cumplió cuatro años y tuvo que regresar a España. Ahora se apoya en su novio que se involucra en el cuidado del menor que ahora tiene cinco años de edad. El padre del niño se queda con él un día a la semana y todos los fines de semana.

Las mujeres pasan en promedio seis horas y 10 minutos al día haciendo trabajo doméstico y de cuidado sin remuneración; en cambio, los hombres sólo emplean tres horas y 19 minutos. Así lo muestra la Encuesta Urbana de Uso del Tiempo (EUT) 2023 del Centro de Estudios para el Desarrollo Laboral y Agrario (CEDLA), dirigida a personas de 12 años o más en las ciudades de La Paz, Cochabamba, Santa Cruz y El Alto.

COB: “El cuidado no es trabajo, es una colaboración”

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Pese a la realidad descrita de doble trabajo y hasta triple jornada laboral que realizan las mujeres comerciantes en centenares de mercados del país, las universitarias y otras mujeres, Gustavo Arce, secretario de Educación y Culturas de la Central Obrera Boliviana (COB), afirma que la institución —defensora de los derechos de los trabajadores — no reconoce como un trabajo la crianza y cuidado a menores de edad.

“Para nosotros no es un trabajo,  sino es un una colaboración dentro de la familia que la mujer hace y hay que reconocer la labor que realiza ella, porque al final es mujer, es ama de casa, es mamá y tiene labores distintas al respecto y por consiguiente muchas veces hace el triple trabajo que hace un varón”, dice el dirigente cobista.

En el caso de las gremiales, afiliadas a la COB, Arce califica como “más relevante” el trabajo que realizan, ya que por lo general son las mujeres las que cuidan a sus hijos en los puestos de venta. Ante ello considera que las “maestras mayores” (dirigentas de los mercados) y los sindicatos deben velar por la situación de sus afiliadas para contratar los servicios de guardería o garantizar un lugar para la protección de los menores.

Paola Gutiérrez, integrante de Mujeres Creando, considera que la postura de la COB es “errónea”, pero dice que no le sorprende, porque es una expresión que refleja la visión patriarcal y machista de las organizaciones e instituciones que se niegan a entender el enfoque feminista.

“No solamente ocurre con los varones también con las mujeres que si les preguntas sobre el tema tampoco van a tener una postura clara y es por que estos procesos de entender el sistema patriarcal y machista que se reproduce en todo nivel y espacio es complejo por sí mismo, pero están dejando esta responsabilidad de los cuidados y de la reproducción de la especie no solo biológica sino social a las mujeres. Somos las mujeres las que estamos sosteniendo las sociedades”, concluye la trabajadora social.

La Constitución Política del Estado establece en su Artículo 338 que “el Estado reconoce el valor económico del trabajo del hogar como fuente de riqueza y deberá ser cuantificado en las cuentas públicas”. Al respecto, el Diagnóstico sobre el aporte al sistema económico de trabajo de cuidado en Bolivia de 2022 revela que el aporte del trabajo doméstico no remunerado es del 16% al PIB de Bolivia. Este estudio dimensiona la economía del cuidado no remunerado y las brechas de desigualdad en la distribución del mismo en los hogares bolivianos.

“El porcentaje muestra la importancia del aporte del trabajo no remunerado al sistema económico boliviano, situándolo entre las principales actividades económicas que aportan al PIB en el país”, concluye el diagnóstico elaborado por Alianza por la Solidaridad y el Servicio Plurinacional de la Mujer y de la Despatriarcalización “Ana María Romero” (SEPMUD).

Asimismo, la OIT reconoce al trabajo de cuidado no remunerado como un aspecto esencial de la actividad económica y un factor indispensable para el bienestar de las personas. 

Arce, quien fue criado por su abuela debido al trabajo de sus papás, también reconoce que dos de sus compañeras que eran parte del Comité Ejecutivo Nacional de la COB tuvieron que dejar su cargo porque tenían que dedicarse a la crianza de sus hijos. Pero remarca que la institución no coarta su participación política.

Y ¿la corresponsabilidad del Estado?

Espacio acondicionado en el mercado privado Abasto para que sea un centro de protección infantil. Foto: Karem Mendoza.

El Gobierno, a través del Viceministerio de Igualdad de Oportunidades, diseñó la Política Pública Plurinacional para el Desarrollo Integral de la Primera Infancia "Contigo Desde tus 0-5" y avanza en una política de cuidados que promueva la redistribución y corresponsabilidad a nivel institucional, sociales, comunitarios y familiares. 

Paralelamente, desde 2018, organizaciones de la sociedad civil conformaron plataformas departamentales y la Plataforma Nacional de Corresponsabilidad Social y Pública del Cuidado. Estas plataformas exigen al Estado servicios públicos de cuidado para la primera infancia, niños mayores de cinco años, adolescentes, adultos mayores, personas enfermas y con discapacidad.

Al respecto, el acceso a los centros infantiles municipales aún es limitado según la investigación de este equipo periodístico que verificó la situación en La Paz, Cochabamba, Santa Cruz, Sucre y El Alto. En estos cinco municipios hay 196 guarderías públicas que benefician al 1,9% de la población menor de 4 años de edad.

Joselyn, quien trabaja como vendedora ambulante en la plaza 24 de Septiembre en Santa Cruz de la Sierra cuenta que no existe un centro de cuidado infantil municipal cercano a su lugar de trabajo. Esta situación se da pese a que este espacio recreativo está en el Distrito 11, que incluye el primer y segundo anillo, y alberga a 163.000 habitantes según el Censo de 2012 

La falta de un centro infantil que libere de la doble carga laboral a las gremialistas, no sólo afecta a Jhoselyn sino a otras comerciantes, por ejemplo, a las que están ubicadas en el Mercado Nuevo también parte del Distrito 11.

El Mercado Nuevo de la calle Sucre de la ciudad de Santa Cruz de la Sierra no cuenta con un centro infantil. Foto: Karem Mendoza

La presidenta de la Asociación 24 de Septiembre, cuenta que el Mercado Nuevo, fundado en 1963, contaba con una guardería de la cual ella se benefició siendo una niña al igual que sus  cuatro hijos. Conocedora de los beneficios de un centro infantil, tanto para la madre como para los infantes, demanda para que se retome el servicio que fue paralizado hace 10 años por falta de refacciones al centro de abasto.

En Santa Cruz, hay 89 centros de abastecimiento minorista divididos en: privados, municipales y en usufructo o concesión. Del total, la Alcaldía administra 27. De estos últimos, los mercados nuevos La Ramada y Los Pozos son los únicos municipales que fueron construidos con ambientes aptos para guardería.


El director de Centros de Abastecimiento Minoristas y Servicios, Orlando Ávalos, asegura que los centros infantiles de ambos mercados funcionan con normalidad. Sin embargo, el presidente de la Federación de los Gremiales en Santa Cruz, Jesús Cahuana, informa que sólo operan al 50%.

El Mercado Nuevo La Ramada alberga a 4.200 gremiales y el Mercado Nuevo Los Pozos tiene 3.000 comerciantes, en ambos casos hay un 80% de mujeres comerciantes, según datos emitidos por Cahuana. 

El edil Orlando Ávalos coincide que en los mercados hay preponderancia de mujeres que además de atender sus puestos al mismo tiempo crían a sus hijos. “Son madres que desarrollan su actividad y no hay con quién dejar a los menores en su hogar”, afirma.

Asimismo, aclara que en el caso del Mercado Nuevo, donde trabaja Maribel, se están realizando las gestiones para habilitar el centro infantil al siguiente año.

Agú agú, guardería para “U”

Protesta de madres universitarias de la UMSA en 2014. Foto: Karem Mendoza

La lucha por guarderías en la Universidad Mayor de San Andrés (UMSA), según el registro fotográfico de este equipo periodístico, data desde agosto de 2014, cuando madres estudiantes exigían al entonces rector Waldo Albarracín una guardería que les permita continuar cursando su carrera. 10 años más tarde y luego de una discontinuidad en su funcionamiento que inició el 2016, el centro infantil Andresito es una realidad y acoge a 40 infantes de los estamentos estudiantil, docente y administrativo.

El servicio se realiza de 07:30 a 20:00; sin embargo, las cláusulas especifican que los menores sólo pueden quedarse en el horario de clases de la madre o del padre. Por tanto, no hay cobertura de alimentación. Eso sí, el servicio es totalmente gratuito para estudiantes.

A diferencia de lo que ocurre en la UMSA, el centro infantil Gabrielito de la Universidad Autónoma Gabriel René Moreno (UAGRM) de Santa Cruz tiene el costo de 160 bolivianos mensuales para universitarias y 400 para funcionarios, cuya atención inicia desde las 07:00 hasta las 13:00.

Gabrielito atiende a 97 infantes, que según la coordinadora Paola Molina, el 80% son hijos de universitarios y el 20% de administrativos. 

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Si bien las universitarias expresan la necesidad de establecer centros infantiles, aún persiste la desconfianza en dejar al cuidado de otras personas a sus hijos menores de cinco años. Por ejemplo, Elena de la UPEA prefiere pasar clases con su niño de un año y medio ante la duda del servicio en el Jisk’a Wawa, de la universidad alteña. 

Lo mismo ocurrió con  Nelly Callisaya, estudiante de tercer año de la carrera de Contaduría Pública en la UAGRM, quien inició sus estudios universitarios cuando su hija nació. Ella afirma que opta por dejar a su hija al cuidado de su madre en lugar de una guardería pública o privada. 

“Más que todo es la desconfianza´, porque hoy en día se ve de todo ya ni la guardería es segura y prefiero confiarle a mi madre antes que a otra persona. Además si la llevo a una guardería privada es carito”, recalca la joven de 21 años.

La percepción de Nelly concuerda con las comerciantes entrevistadas en El Alto por el Centro de Promoción de la Mujer Gregoria Apaza que, sin excepción alguna, destacaron aspectos negativos respecto a los servicios públicos de atención a niños y niñas de corta edad. 

“Independientemente que tuviesen o no experiencia, para la mayoría son objeto de desconfianza absoluta debido a que, supuestamente o no, la violencia es uno de los aspectos manifiestos junto al descuido. (...) Si bien varias indicaron que no hay una guardería en su barrio – y si existe son privadas y con alto costo –, al analizar si en caso que se instalaran guarderías públicas cercanas a su hogar enviarían a sus hijos pequeños la respuesta es un “no” generalizado”, detalla el texto.

Las historias de Joselyn, Marisol, Loyda, Julia, Elizabeth, Isabel y Nelly, gremiales y estudiantes, retratan la vida de miles de mujeres que se ven afectadas por la responsabilidad de asumir el trabajo de cuidados en soledad, por la ausencia paterna en esta labor y el sistema patriarcal, dedicando su tiempo, energía y recursos al cuidado de otros. Y que ponen en evidencia las deficiencias del Estado y la sociedad para reconocer este trabajo no remunerado y no reconocido, que somete a las mujeres a la doble y hasta triple jornada laboral.

Edición: Karen Gil

Reportería complementaria de: Anahí Cazas y Esther Mamani

Videos e infografías: Karem Mendoza

Con subvención del Fondo de Mujeres Bolivia Apthapi Jopueti.

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