Una vendedora de verduras en el mercado de Villa Fátima acomoda la carreola de su niño en su puesto. Foto: Karem Mendoza
Por Karem Mendoza G.
Sus cabellos lacios enmarcan su rostro delgado, y algunos mechones caen sobre su frente, ocultando por momentos su ceño que se frunce al recordar vivencias amargas. Aunque su cuerpo es delgado, una voz ronca y fuerte completa la personalidad de una mujer que ha librado varias luchas. A sus 26 años, Joselyn Luna arrulla a su sexta hija, de apenas dos meses. Salió bachiller de una escuela nocturna mientras cuidaba sola a su primogénito, porque el padre del menor decidió abandonarles. Quería ser policía y ahora es ambulante en la plaza 24 de Septiembre de la ciudad de Santa Cruz de la Sierra.
Como ella, otras comerciantes entre ambulantes y con puestos fijos en las calles cruceñas venden juguetes, burbujas, espadas con luces, voladores y caramelos mientras sus hijos juegan o caminan tras suyo. Eso sí, siempre alertas a la presencia de la guardia municipal, que les impide asentarse en los lugares no permitidos y que ante el incumplimiento podría decomisar la mercadería. Sumado a eso, se someten a la lupa de las críticas por trabajar y criar en las calles al mismo tiempo.
“La gente nos mira y me critican por trabajar con mis niños, pero no me queda de otra. No tengo quien los cuide y tengo que trabajar para la comida y para pagar el alquiler. El dinero no me alcanza para pagar una guardería”, dice Joselyn, quien ya ha enfrentado insultos y amenazas de la gente para quitarle a sus niños de nueve, siete, seis, cuatro y un año por criarlos en la calle mientras ella vende.
A los 16 años, Joselyn vivió el abandono del padre de su primer hijo, y más tarde del progenitor de sus otros cinco niños. Esta situación la obligó a asumir sola la crianza y protección de los menores, sometiéndose a la doble jornada laboral y descuidando su propia integridad física y mental.
“Los padres muchas veces ni siquiera tienen conciencia de asumir responsabilidades sobre sus hijos e hijas, no sólo cuando están separados de sus parejas, incluso en la convivencia. Ellos identifican que el rol de las mujeres es el de la crianza y no de ellos, como manda el sistema patriarcal. Cuando hay situaciones de separación se desentienden aún más”, explica la trabajadora social de Mujeres en Busca de Justicia, Paola Gutiérrez, quien atiende a diario demandas por asistencia familiar y ve frecuentemente casos de irresponsabilidad paterna no solo en el aspecto económico sino de cuidado.
En Bolivia, 4,5 millones de personas requieren cuidado, incluyendo niños, niñas, adolescentes, adultos mayores, personas enfermas y con discapacidad, según el informe Tiempo para cuidar: Compartir el cuidado para la sostenibilidad de la vida de Oxfam. De ellas, cerca de tres millones viven en hogares pobres y vulnerables.
El texto detalla que el cuidado, la crianza y las labores domésticas, que principalmente recae en las mujeres, son trabajos no remunerados y poco reconocidos como tal por la sociedad boliviana.
En esa línea, la investigadora costarricense-uruguaya Juliana Martínez Franzoni afirma en el libro titulado Feminismos, cuidados e institucionalidad que, en la cadena productiva —de un hogar o del país—, los “eslabones de cuidados” son generalmente invisibles, considerados como asuntos familiares o de la vida privada aunque tengan un impacto social y económico.
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